Ha aumentado el número de jóvenes que pierden la vida a diario, A medida que se acelera la pandemia de covid-19, aumenta el número de hospitalizaciones y muertes de personas jóvenes. Durante gran parte de la pandemia, los hospitales estaban llenos de adultos mayores con covid-19, muchos de los cuales tenían condiciones preexistentes que los hacían más susceptibles a formas graves de la enfermedad, pero hoy se observa en las unidades de cuidados intensivos de nuestra región, y en todo México, vemos que están llenas no sólo de pacientes de edad avanzada, sino también de gente más joven.
La pérdida de un hijo es el evento más difícil en la vida de los padres. Después de conocer la noticia de la muerte de su hijo o hija, los padres comienzan un proceso, el cual puede desarrollarse según múltiples factores como un duelo normal o un duelo patológico.
Cuando muere un joven, la familia entera sufre un fuerte impacto, surgen una serie de reacciones físicas (llanto, insomnio, debilidad, sensación de vacío), afectivo-emocionales (aturdimiento, incredulidad, rabia, miedo, angustia, culpa, impotencia, tristeza, soledad, desamor, resignación), cognitivas (ideas de suicidio, búsqueda del ser querido, sueños, pensamientos distorsionados, alucinaciones, pesadillas, auto-culpa, falta de autoestima), conductuales (pérdida de confianza, resentimiento social, problemas familiares, trastornos de conducta) y espirituales (papel de Dios, búsqueda de significado, castigo Divino, crisis de las propias creencias, dudas existenciales).
La muerte de un hijo trae como consecuencia inmediata el abandono por parte de la madre de su condición de pilar fundamental del hogar y por ende de miembro activo de la sociedad, dejando de aportar a su familia, a su entorno social inmediato, para retirarse al dolor, a la depresión en muchos casos, dejan o descuidan sus labores del hogar y ya nada les ilusiona.
Durante el proceso del duelo quien ha sufrido la pérdida de un hijo, tiene sus propios mecanismos de afrontamiento, los cuales deben respetarse y considerarse. Algunas personas les funcionan ver fotografías del hijo muerto, a otros oír audios en el celular, todos somos diferentes y reaccionamos de manera particular a nuestro duelo.
El llanto es una parte muy importante para sanar el duelo, lamentablemente por cultura se les reprime esa actividad, y hasta se les dice cosas tan fantasiosas como: “si sigues llorando, no va a descansar tu muerto”, la madre o el padre que tenga la necesidad de liberarse, deberá llorar, debe hacerlo, es lo más sano y las personas a su alrededor deben de permitirlo.
Así se evitará el desarrollo de un duelo complicado o patológico. Algunas personas tienden a ocultar el duelo, y sucede más en los hombres, bajo patrones de concentración excesiva en el trabajo, llegan muy tarde a casa y cansados solo a dormir, o se presenta el consumo de drogas o de alcohol. Esta conducta adormece la sensación de dolor y a corto o largo plazo genera enfermedades psicosomáticas, trastornos de la conducta, depresión o duelo crónico.
Cuando los padres no elaboran el duelo por la muerte de su hijo y las emociones que se provocaron con la misma, se presenta un duelo no resuelto o patológico, el cual es generalmente crónico. En este caso, algunos padres niegan la pérdida del ser querido y todos los sentimientos dolorosos subyacentes, con lo cual consume mucha energía psíquica y corporal.
Cuando el duelo está bien elaborado, bajo supervisión de un especialista, en este caso un tanatólogo, tiene un final y se trata de un final lo más sano que se permitan, las heridas mentales y emocionales se cicatrizan aun cuando siguen allí, sensibles al tacto. Los padres deberán tomar la vida en sus manos, acepta su dolor, hacer uso de su resiliencia, luego con sus viejos recursos y con lo aprendido en consulta de su experiencia dolorosa, reconstruye su mundo y lo llena de otros significados. Pero jamás el objetivo será el olvido de su ser querido.
Octavio Robledo l.
Psicólogo clínico – Tanatólogo
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Fb tanatologo Octavio Robledo